1. El peor boletín del mundo
LVN #1: El estreno, San Francisco de Campeche, la cerámica de la isla de Jaina, Marina Yuszczuk, Joachim Trier y Philip Glass.
¡Hola! La cosa irá así: cada catorce días, pero siempre en jueves y a las 13 horas (GMT+1), con el buen ánimo del fin de semana a la vuelta de la esquina, publicaré y enviaré por correo este «boletín» gratuito, que tendrá muy poco de «news» pero bastante de «letter», mucho más cercana y personal. Una carta abierta para compartir algunos de los fogonazos de inspiración y belleza que me haya encontrado por ahí a lo largo de dos semanas, despegado del fragor de la actualidad «cultural» ―no veréis aquí titulares de copia y pega tipo «Fulano gana el Nobel» o «Adiós a la gran Mengana»― y centrado en las cosas que de verdad perduran y nos llenan a unos cuantos, quizás a una bendita minoría y, seguro, a este nómada: la literatura, la música, el arte, el cine, los viajes y otras medicinas para los espíritus que no se conforman con la fiebre general por «matar el tiempo», un regalo que es mejor invertir y derrochar, si hace falta, en recuperar la vida.
Es posible que algún jueves ―es mi día favorito de la semana: nací un jueves y está siempre en medio― cambie un poco el formato de La vida nómada, con un texto de más largo aliento, que a veces será un artículo, un cuento o una columna, quién sabe. Todo depende, en parte, de la respuesta que vaya teniendo en Substack, donde acabo de estrenarme con este proyecto y mis Diarios, que os invito a descubrir también aquí.
Sí, he tardado casi tres años en ver esa película, pero también «he tardado» medio siglo en cumplir el enésimo sueño de infancia para conocer por fin el mundo maya y un milenio y pico en poder apreciar lo que crearon los artistas de la isla de Jaina. Lo importante es que hayamos llegado todos hasta aquí con la mirada bien puesta y atenta para disfrutar de cada experiencia. A veces mis recomendaciones tendrán un claro «hilo conductor», a veces ese nexo será más sutil y en ocasiones no lo habrá en absoluto: hoy podrían ser las Américas, por lo mexicano, lo maya, lo argentino, lo estadounidense y… ¿ese director? Bueno, el primer europeo en pisar esta orilla del Atlántico fue el hijo de un noruego, ¿no? Vale, no ha colado.
Otro día me presentaré de manera algo más formal ―como escritor y como nómada, sobre todo― para quienes no me conozcan aún, que seréis la mayoría, pero hoy prefiero no extenderme más y pasaros ya cinco pistas e ideas. En esta primera entrega de La vida nómada, pues, os invito a descubrir una ciudad, un estilo de cerámica, una novela, una película y un disco.
San Francisco de Campeche
Según la codiciada etiqueta turística mexicana, en el estado de Campeche hay tres «pueblos mágicos», Candelaria al sur, Isla Aguada en la costa y, menos accesible, la villa de Palizada, que tanto me recuerda a la colombiana Mompox y a su reflejo en el Macondo de García Márquez. Sin embargo, la propia capital del estado, San Francisco de Campeche, podría optar también a ese título. Ciudad pequeña o pueblo muy grande, tiene un cuarto de la población de la Mérida yucateca, que roza el millón de habitantes, pero, números aparte, la sensación al pasear por la cuadrícula de su recinto amurallado ―el único que se conserva de la época colonial en toda la república― no es la de una experiencia urbana, sino la de hacer un alto en el camino para disfrutar de la calma. Al otro extremo de la península de Yucatán, no tiene nada que ver con los desmanes turísticos e inmobiliarios de Cancún, pues no es un destino de playa y hotelazo como el de Quintana Roo, pero por eso mismo decidí hacer allí un retiro de escritura de cuatro semanas y alquilé un estudio a dos minutos de sus murallas. Entre la Plaza de la Independencia y la catedral, la Puerta de Mar, la de Tierra y los bastiones, las iglesias de San Román y la Guadalupe, los fuertes de San Miguel y San José, el extenso malecón al atardecer, la luz voluble de sus días y la colorida acuarela de las calles de San Francisco de Campeche, yo encontré refugio. Me parece que no hace falta ser escritor para que le suceda también a cualquier otro viajero que prefiera algo menos de ruido a su alrededor.
Cerámica de la isla de Jaina
Llevo media vida convencido de que es en la intimidad de los pequeños detalles y no tanto en las obras monumentales donde radica la esencia de una civilización, un pensamiento que podrían poner a prueba los templos y las pirámides de este rincón del planeta, pero que se mantiene firme en mí, como me sucedió, por ejemplo, hace siete años en Pompeya o dos antes en París, mientras trabajaba en mi primera novela. A casi cien kilómetros al norte de San Francisco de Campeche y al final de una pista que se complica bastante al intentar llegar a la costa, se encuentra la isla de Jaina, con una singular zona arqueológica, pues los mayas armaron allí una isla artificial de roca para erigir en ella un centro ceremonial en el periodo Clásico Tardío, allá por el siglo VII de nuestra era. Pero el mayor y más hermoso legado artístico de aquellos mayas del litoral no puede verse en ese paraje frente al mar, sino en un puñado de museos de todo el mundo, desde la cercana Mérida o Ciudad de México hasta Chicago, Nueva York, Santiago de Chile o Madrid, que fue donde supe de esta cerámica por primera vez, en una visita al Museo de América. Quizá las mejores piezas estén en el impresionante Museo Nacional de Antropología de la capital mexicana, que además se encargó de restaurarlas con maestría, pero basta un poco de sensibilidad y de buen gusto para apreciar hasta en la más humilde de esas figuras la delicadeza y la sabiduría con las que aquellos artistas hoy anónimos supieron captar la humanidad de sus congéneres en la arcilla. Y digo bien, artistas refinados y no simples artesanos, pues fueron un paso más allá del oficio al registrar para la eternidad otro acento en el relato de nuestra especie. Creo que, en el fondo, no pretendían menos.


La sed, de Marina Yuszczuk
He pasado ya setenta días en México, aunque vine sobre todo a escribir y a trabajar en dos nuevos libros que se publicarán este año en España, así que no he tenido demasiado tiempo para leer novedades, ni tampoco puedo llevarme nada más en mi pequeña mochila dentro de dos semanas, cuando vuele de regreso a Madrid. Pero mientras esperaba a que saliera de imprenta la edición mexicana de mi novela, a finales de noviembre, pude empezar a leer esta otra, también en el catálogo de mi editorial en México, Dharma Books. La argentina Marina Yuszczuk, que es además la editora del sello Rosa Iceberg en Buenos Aires, firma con La sed una novela muy solvente, en equilibrio entre la potencia y la contención. No es fácil tratar el tema vampírico ―que me interesa por varios motivos, algunos familiares y otros apenas confesables― sin caer en las garras del tópico o el efectismo, pero Yuszczuk lo consigue con una prosa lúcida y pulida. La sed se publicó en 2020 en Argentina con Blatt & Ríos, que también la distribuye en España, y además de la edición mexicana ―y de varias traducciones― ha tenido otras como la de Himpar en Colombia, también en 2024. Comparto estas dos últimas cubiertas: la de Dharma Books es del genial Raúl Aguayo. Lectura muy recomendable.
La peor persona del mundo, de Joachim Trier
Es la primera película que veo del noruego Joachim Trier, de quien sólo me sonaba su apellido, que por lo visto sí guarda un lejano parentesco familiar con su afamado colega danés, Lars von Trier, ese director capaz de firmar una obra maestra como Melancholia (2011) pero también alguna que otra castaña infumable. La peor persona del mundo (2021) no es ninguna de esas dos cosas, pero me ha gustado mucho: inteligente en su propuesta y sus diálogos pero sin vanidad ni pedantería; honesta y sensible ―algunas escenas de encuentros que no siempre terminan en sexo convencional recrean y conservan una espontaneidad que se parece bastante a la verdadera educación sentimental de muchos de nosotros― pero sin pornografía emocional; realista sin tremendismo y, cuando rompe ese código en un par de ocasiones ―¿quién no querría «apagar» el mundo de vez en cuando para escaparse a ser bobo y feliz por un rato?―, lo bastante audaz como para salir airosa. Pasado el fogonazo de la atracción inicial, dudo que pudiera convivir en la vida real con un personaje tan extraviado e impredecible como Julie, la protagonista, pero la actriz que lo encarna, Renate Reinsve, es sencillamente maravillosa, con ese magnetismo que sólo puede dar la naturalidad sin remilgos. En fin, ya tengo en la lista de pendientes la anterior película de Joachim Trier, Thelma (2017), porque me quedé con ganas de repetir tras La peor persona del mundo. Ah, y no me entusiasma hacerle publicidad al dueño de Prime, pero podéis verla en su catálogo.
Philip Glass Solo, de Philip Glass
Docenas de intérpretes han echado mano de las partituras de Philip Glass durante las últimas décadas para sacar sus versiones, y entre álbumes de estudio, conciertos y bandas sonoras, el propio compositor de Baltimore ―una ciudad bastante deprimente para criar a un artista ya tan universal―, con su habitual Ensemble o aparte, ha producido más de trescientos discos. Quizá por contraste con semejante volumen y la resonancia de su obra en otros músicos, este nuevo álbum de viejos temas tiene algo muy especial. Grabado en el segundo abril pandémico, en 2021, y publicado hace justo un año, Philip Glass Solo reúne apenas siete piezas ―parece que son sólo seis en la edición de Orange Mountain Music en vinilo―, pero interpretadas por Glass en el estudio de su casa en Nueva York, con su piano personal y sin arreglos. El día 31 de este mismo mes, Philip Glass cumplirá 88 años, uno por cada templo que los peregrinos budistas recorren en el Camino de la isla japonesa de Shikoku. Su música me acompaña, me alivia y me ayuda a enfocar la mente desde mi adolescencia, cuando la descubrí gracias a las bandas sonoras de Koyaanisqatsi (1982) y Mishima (1985) o al añorado programa Diálogos 3 del gran Ramón Trecet. Con este breve álbum siento que, de una forma íntima y sosegada, el maestro Glass nos recuerda a un montón de aprendices que, como nosotros mismos en este mundo, las únicas cosas de veras importantes en la existencia suelen ser simples y fugaces.
Philip Glass en su estudio de Nueva York:
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¡Muchas gracias, Sergi! Me han gustado mucho tus propuestas, por variedad, calidad y concisión en la presentación que has escrito para cada una.