«Eres como una tierra que nadie ha nombrado nunca. No esperas nada salvo la palabra que brotará del fondo como un fruto entre las ramas.» ― Cesare Pavese
El ángel de Pisa Toda una noche y un día buscó a su perro Curzio Malaparte, a su amado Febo, el lebrel, por las calles y los canales de Pisa entera, de su casa a la Piazza dei Cavalieri y de la Universidad a su casa, desesperado. Hubiera dado la vuelta al mundo desde Prato sólo para encontrarlo a salvo, pero le vio morir en silencio, sobre la mesa de un veterinario o un carnicero, descosido. Febo, su lebrel de pelo de luna bermeja, le miró con una maravillosa dulzura en sus ojos y Malaparte vio en él a Cristo crucificado. Una tarde de marzo busqué por fin algo de paz lejos del desfile de mimos al pie de la torre, por las calles y los canales de toda Pisa, de la estación a la Piazza dei Cavalieri y de los puentes del Arno a la estación, agobiado. Daría la vuelta al mundo desde Barcelona sólo para encontrarla de nuevo, a aquella niña, sentada en silencio, frente al altar de la iglesia vacía de Santa Caterina, solitaria. Aquel ángel, lacio su cabello de luna dorada, me miró con una infinita dulzura en sus ojos y por un instante vi en ella a Cristo resucitado. Una celda en Arezzo Soy el único huésped de un monasterio en Arezzo, temporada baja, primavera fría. Soy el único visitante de la basílica de San Francesco, primerísima hora, mañana clara. Adán aparece como un anciano en sus últimas horas, según Piero della Francesca, en sus conmovedores frescos de la Leggenda della Vera Croce. Qué tristes días los de Adán, no los últimos, sino los primeros, cuando era el único hombre sobre la faz de la Tierra, todavía imberbe y sin Eva pero sobre todo sin Lilit, sin un amigo ni un libro y sin Johann Sebastian Bach. Tres piezas romanas Han dado la voz en los pinares, la mañana ha sacudido las sábanas de hierba y Villa Borghese se ha estremecido un instante, como un oso a punto de despertar de su letargo, para que el día pudiera llegar y alzarse, prender la luz y entibiar la tierra, obrar el prodigio sobre el perfil de Roma por el que regresara todo a la vida. Una paloma ha trazado una espiral desde el epicentro blanco del mediodía para hacer diana en la boca del Panteón, abierta al cielo en el corazón de Roma, y ha volado un minuto por la cúpula alrededor de una columna de sol tendida a plomo hasta el suelo. Han guardado silencio los naranjos, la tarde se ha hecho gasa sobre la grava y el Aventino parecía respirar o meditar, como un gigante dormido sobre sí mismo, para que la noche pudiera llegar y descender sin alzar la voz y sin rozar la tierra, sólo caer sobre el horizonte de Roma hasta que todo quedara en paz.
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Maravillosos. Los he leído absorto, como quien contempla una aparición, sintiéndome suspendido. Levitando.