La canción del pájaro carpintero
A propósito del tiempo dedicado a novelas, bosques y jardines.
Si me parece en verdad buena y atemporal, en mi caso pueden pasar años hasta que la semilla de una idea se convierta en el árbol de una novela. A Del silencio le tomó seis ―de 2015 a 2021―, mi segunda novela llegará probablemente a la década ―la «sembré» en 2017― y la tercera, si es que me alcanza ya la vida, habrá necesitado unos veinte años ―la riego desde 2010― para dar fruto y buena sombra.
Menos mal que, salvo con mi nueva colección de cuentos, en otros géneros no manejo esas edades de olivo griego o secuoya americana y soy un jardinero más cabal, pues escribí cada uno de mis otros libros publicados en pocos meses o varias semanas. Sin embargo, con la novela sólo soy «lento» según la noción de «productividad» editorial y mediática, porque, para mí, novelar se parece más a dejar madurar un bosque que a rentabilizar un huerto en la cosecha anual. Porque emplear más o menos la mitad de una insignificante vida humana en tratar de dejar algún libro que la trascienda ―y no me refiero a la bobada de la posteridad― implica una velocidad sideral, un verdadero sprint a escala cósmica.
Plantar una secuoya, un olivo, una novela o algo que no se marchite ni perezca en poco tiempo, como esas lechugas de invernadero que algunos llaman alegremente «actualidad editorial». Sí, eso es, pasar o no desapercibido, pero dejar un poco más de vida al irse.
Investigando para la historia que me sobrevino en el verano de 2017 entre Nueva York y Chicago, hoy he aprendido que la ubicua palabra «meme», aparte de provenir de la griega mimema ―lo que se hace por imitación―, significa «pájaro carpintero» en la lengua del pueblo Ojibwa o Anishinaabe, de la región de los Grandes Lagos. El mismo que inspiró a Henry Wadsworth Longfellow el poema épico La canción de Hiawatha, publicado en 1855, cuando ninguno de nosotros respiraba aún pero los árboles más viejos de este mundo ya llevaban siglos en pie.
Seguiré escribiendo cuentos, cuadernos de viajes, tal vez poemas y otras tonadas de jardinero solitario, pero con la novela me siento siempre el guardabosques de una sinfonía colectiva.
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