En memoria del perro Sasuke, al que ayer despidió mi amiga Andrea y que hace ocho años fue mi compañero de paseos en Oak Park. «Nuestros» animales nunca son del todo nuestros, pero sí serán para siempre familia.
Shelter Island Habré llegado desde Long Island y los Hamptons, a través de la bujía de un julio que termina y que refulge. Lo habré hecho en ferry desde Sag Harbor, avisado de las muchas horas de espera y del poco transporte público, decidido a cruzar la bella isla a pie, la «isla refugio», qué buen nombre para un desvío. Me iré después hasta New London y de allí hacia Providence y Boston, por el filo de Lovecraft, Poe y Hawthorne. Lo haré en otro ferry desde Greenport, sorprendido al rato por la lúgubre atmósfera en New London, quizá presagio, me digo, del mal trago: Sam Shepard ha muerto mientras yo cruzaba un paraíso. Capilla de los ahogados Detrás del puerto de New Bedford, hay un nudo entre lo real y el sueño. Una capilla de marineros en la que el joven Melville rezó, como todos, por la buena mar y ningún naufragio. Una capilla de balleneros que el maestro Melville creó, como nadie, para su Moby Dick y sobre todos nuestros arcanos. Una capilla de ahogados que ayer el sueño me dibujó, donde el mascarón de lo ficticio y el púlpito de lo real se funden en este mundo de maravilla y espanto, donde ya nadie quiere contar historias pero en el que los cachalotes pelean aún con calamares gigantes en los abismos del océano, sobre los cables de alta tensión tendidos entre las dos orillas de las cosas. Walden portátil No están lejos pero sí aparte, Boston y Concord, Concord y Walden Pond. De la ciudad se trae uno algo de ruido, no demasiado: no arman jaleo los muertos en el gentil camposanto de Copp’s Hill, ni pierde uno los nervios en Boston, donde siempre hay otra hermosa colina desde la que respirar aire yankee o irlandés, llámese Bunker Hill o Dorchester Heigths. No estaba tan lejos pero sí aparte, Henry David Thoreau del ruido del mundo. Aunque el tren ya resoplara junto al estanque y la familia, los amigos o el maestro Emerson quedaran a un modesto paseo de su cabaña. Podría haber elegido la tundra de Alaska, si hubieran importado las millas o el peligro, pero el legado de Thoreau no es la peripecia, sino lo que podemos atesorar aparte, cerca o lejos pero aparte del ruido del mundo. El estanque esencial es otro, uno portátil, un estado de atención al silencio y la gracia. «No bromees en tu diario. Nada hay ridículo para el sincero», escribió Thoreau en su cuaderno, cinceló Thoreau en su interior, grabó Thoreau en nuestra cabaña. Oak Park Blues Para Andrea Ojeda y Álvaro Hernando Un solo tren al día para millones, por una tierra tan espléndida como desapercibida y tras medio trayecto malgastado a oscuras. Estados Unidos es un naufragio ferroviario, país de idólatras del santo y evangélico automóvil. Anguilas de carga de cincuenta, sesenta, setenta vagones por las mismas vías de la periferia de Chicago, mientras uno espera a la hojalata del metro a cinco, seis, siete metros sobre el suelo, por encima de una penumbra distópica. Duermo y escribo en los sótanos de los amigos, del pueblo de Woodstock al refugio de Oak Park, donde paseo al perro, miro a nadie mirar por su ventana, leo el prólogo del otoño en ciernes y saludo, sin ceremonia, hacia el porche de Hemingway. Muere John Ashbery, me aflijo y me alarmo: será cuestión de largarme de estas malas tierras antes de que la palmen todos los cuentistas y poetas que admiro en ellas. Ya era suficiente con Strand, Sexton, Carver y Plath, pero la gente persevera en su manía de morir. La luz de la tarde ya no es como miel entre los árboles. Y sí, todos tenemos razones para movernos, pero yo no siempre sé dejar las cosas intactas. Es hora de partir.
yanqui 1. Adaptación de la voz inglesa yankee, adjetivo que significaba, originariamente, 'de Nueva Inglaterra, zona del noreste de los Estados Unidos'. DPD. RAE.

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